Jugando con la esperanza

 

 

Javier Albert Gutiérrez. Revista Chasca, Nº 29, Alicante. Junio 1997

 

El casca-nueces-vacías

Colón de cien vanidades

Vive de supercherías

Que vende como verdades.

Antonio Machado               

 

 

Hubo una época en que líderes cultos e incluso antiguos seminaristas que habían perdido su fe prometían paraísos en la tierra. Olvidaron la naturaleza pasional y pecaminosa del hombre, continuamente tentado por el demonio, por el mal -verdad revelada por Dios y contrastada por más de dos milenios de civilización-. La equivocación se remonta al siglo XVIII y proviene de la máxima rousseauoniana de que “el hombre es bueno por naturaleza”. El buen salvaje fue pervertido por la sociedad, por lo tanto no hay que educar al hombre en la virtud, lo que hay que hacer es cambiar la sociedad, culpable de todos los males.

 

Los marxistas y anarquistas en el siglo XIX incorporaron como un dogma de  su fe estas afirmaciones gratuitas proclamadas por Rousseau y asumida por los jacobinos de la Francia revolucionaria. En el siglo XX, Lenin, Stalin, Mao Zedong, Pol Pot, Durruti y otros muchos consiguieron ponerla en práctica. Hasta los católicos con la teología de la liberación la asimilaron. Ahí está el ejemplo de los numeroso curas-guerilleros y frailes-trabucaires de Iberoamérica. Julio Anguita, a la vista de los fracasos cosechados por sus correligionarios de otros Estados en la década de los noventa, ha asumido el error rousseauoniano (F. Jáuregui: Julio Anguita, Madrid, 1992). No olvidemos que Anguita antes que ateo fue carmelita y gran devoto de santa Teresa. ¡Líbrenos el Señor de que algún día alcance el poder!.

El acoso y derribo de la cultura acumulada por la humanidad durante siglos de dolorosa experiencia continúa en la actual centuria:

Los libros de Sigmund Freud, educado en el seno de una familia estricta y una sociedad puritana, culpaban a la represión de toda clase de locura. Louis Althusser, adalid del marxismo científico, encandiló a los “progresistas” entre 1965-76, pero fue acusado de hereje por el comunismo ortodoxo y, víctima de la depresión, acabó estrangulando a su mujer. Erich Fromm, descendiente de una familia de rabinos, propugnaba el amor libre como única vía para alcanzar el paraíso revolucionario y machacar de paso la sociedad de consumo. Herbert Marcuse, en California, convencía a los estudiantes de que ellos eran los elegidos para acabar con la democracia liberal, causante de todos los  males sociales. Por estos pagos en las radios sonaban una y otra vez las canciones de Jorge Kafrune que, cual nuevo Sansón, quería matar a los reaccionarios a golpes de guitarra. Los había como Gabriel Celaya, que se inclinaban más por el arma letal de los versos. La desilusión llegó cuando se conocieron los millones de asesinados por represión ideológica en la URSS, Rumania, China, Camboya –donde Pol Pot, antiguo monje budista, instauró un régimen estalinista que asesino a la tercera parte de la población total de su país por trabajos forzados, torturas y ejecuciones- y otros muchos países.

Alan Watts y Van der Leeuw pusieron la guinda en el paladar de una juventud que empezaba a pasar de todo; para ellos el misterio de la vida no era un problema a resolver sino una realidad a experimentar. Surgieron intelectuales orientalistas por doquier y el movimiento hippy se impuso primero como forma de vida, después como moda y más tarde como necesidad o “modus vivendi”.

Cuando la crisis de los años setenta puso en evidencia la fragilidad de estos castillos de naipes, la frustración dejó un mal sabor de boca en muchos jóvenes desilusionados. Crepusculaba una época, la era Contemporánea, que albergaba grandes esperanzas de alcanzar, con la ciencia, la conciencia y la lucha, un mundo feliz. En todos los países pisoteados por el  imperio totalitario del partido comunista difícilmente podrá crecer la yerba del tejido asociativo y humano de las sociedades civiles. Ojalá me equivoque pero me parece que sufrirán muchos traumas -y nosotros con ellos- antes de alcanzar el equilibrio necesario para desarrollarse en libertad.

Ahora ocurre el fenómeno inverso, muchos desenganchados de la política desean volar más alto y entran en sectas religiosas. Lo malo es que los nuevos profetas en sus remedios recurren con frecuencia a las sangrías, como los médicos antiguos.

La variedad es infinita: Ahí tenemos a los moonies, que quieren traer el Reino de Dios a la Tierra. A los del médico homeópata Louc Jauret, La Orden del Templo del Sol, que se hicieron famosos en 1994 cuando, en Suiza y Canadá, 53 de sus miembros aparecieron muertos por asfixia o con un tiro en la cabeza. Todos eran de clase alta y muchos titulados superiores. O a La Iglesia de la Cienciología, de Ron Hubbard, un mediocre escritor de ciencia-ficción que aburrió con sus problemas mentales a un montón de psiquiatras,  y que promete la curación de cualquier enfermedad del cuerpo o del alma mientras recaudan fortunas inmensas con la venta de sus cursos. En Andalucía algunos se han convertido al Islam. Esperemos que en un futuro no les dé por imitar a sus correligionarios fundamentalistas de más allá del Estrecho –las raciones históricas con que nos obsequiaron almorávides y almohades fueron más que suficiente-.

Una cosa es que les mueva el afán de lucro y otra cuando les da por matarse, como ocurrió en la Guyana, en 1978, cuando 900 seguidores de Jim Jones, del Templo del Pueblo, se suicidaron borrachos de espiritualidad. Aún es peor cuando les da por matar a otros, los impíos, como los militantes de la Verdad Suprema, que en 1995 finiquitaron a 12 personas y dejaron mal paradas a otras 5000, fumigando con gas tóxico los túneles del metro de Tokio. O los que organizan una película americana al uso, como los davidianos de Waco, donde las llamas purificadoras trasladaron al paraíso a ochenta prosélitos, entre mujeres y niños.

Y cuando todavía no nos hemos recuperado de la última barbaridad, cuando la ciencia está más a la mano de los comunes mortales, mira por donde, surgen los hermanos de la Puerta del Cielo, con el pelo unisex, uniformados, célibes, que no beben ni fuman, excelentes profesionales de la informática y el ciberespacio, y deciden abandonar sus cuerpos para irse con unos extraterrestres buenos que vienen en el cometa Hale-Bopp. Los ángeles de la Más Alta Fuente, en vez de eliminarnos, decidieron abandonar este mundo dominado por los “luciferinos”, ¡menos mal!. Por lo visto no es cuestión de pobreza ni de incultura. El problema más bien parece de ilusión y de esperanza. Mientras los católicos hemos simbolizado la sangre con el vino, otras religiones más jóvenes necesitan todavía la cruenta realidad de la sangre verdadera. El poder bruto y la violencia rebrotan con consecuencias trágicas no sólo en los países azotados por la miseria sino en el mundo de la abundancia y la civilización.

Todavía es peor cuando se mezcla política y religión. El 27 de abril de 1997 eran los independentistas tejanos, que se habían hecho fuertes en las abruptas montañas David y desafiaban con chulería al ejercito de EE.UU. Richard McLaren, que por cierto es de Misuri, cuenta con una milicia armada de 50.000 hombres y, como nuevo converso, es más fanático que los tejanos nativos. “Los tejanos, temerosos de Dios, dice, creemos que Texas es el paraíso del Nuevo Mundo y que el Todopoderoso la quiere libre de la esclavitud de nuestro Egipto: el gobierno federal de Washington”. “Dios creó esta tierra para que la pueblen y exploten los hombres blancos, anglosajones y protestantes”. (El País, 11/05/97). En EE.UU. hay unas 500 organizaciones armadas que consideran que el gobierno de Washington está controlado por comunistas, negros, judíos y homosexuales. En cualquier momento y en cualquier lugar puede estallar una nueva masacre.

En Europa, con un matiz más alegre, ocurren sucesos parecidos. En mayo los guerrilleros venecianos desembarcaron con una tanqueta de cartón en la plaza de San Marcos y, encaramándose en el campanario de la catedral, proclamaron la República Independiente de Venecia.

 Lo único que nos faltaba es que se contagiaran –porque estas enfermedades del espíritu son propensas a ello- algunos españolitos iluminados, ¡Guárdenos Dios!, y empezaran a surgir torquemadas de tres al cuarto “purgando populus” en sus pequeños reinos de poder. Recordemos que el demonio siempre tienta cuando las circunstancias le son propicias.